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Aportes de Patricia Landolfi

El amor inmenso de Dios

Porque de la abundancia del corazón habla la boca

 

 

...Porque de la abundancia del corazón habla la boca, evangelio de San mateo, capitulo 12 versículo 34.

En este conversatorio del Maestro con sus discípulos trataba de indicarles con palabras sencillas que el espejo del corazón es lo que damos a nuestros semejantes. Si tenemos un corazón henchido de amor, repartiremos sin reparo ni medida amor a los que nos rodean.  Cuando escuchamos gente que no analiza y medita antes de hablar, entendemos que son personas que no tienen  su corazón perfumado con ese aroma indescriptible y único que emana de aquellos corazones llenos del amor de Dios.  

El maestro aquel día nos quiso alertar en este aspecto, en el contexto de advertencia. 

Estas palabras contundentes hablan de cómo podrían ser los seres humanos portadores de medias verdades, y peor aún, mentiras  inventadas para beneficios personales.

Limpiemos nuestros corazones, seamos colaboradores, dejemos las mezquindades  que empañan el corazón y  dañan nuestro espíritu con sentimientos perversos.

Adentrémonos en una autoevaluación para ver si este diagnostico del Maestro  es una realidad en nuestras vidas, si  lo es, entonces ¡enhorabuena! Si  no lo es, limpiemos el corazón, y de ahora en adelante,  nuestras  palabras estarán perfumadas con el aroma más delicioso que podemos derramar: el aroma del amor.

Cultivemos hermosas cualidades como son la paciencia, mansedumbre, discernimiento, dominio propio, y hagamos un huerto en nuestro corazón con estas grandes virtudes, y entonces, podremos brindar al mundo estos deliciosos frutos y esparcir con nuestras actuaciones esa gran cosecha  de amor.

 

 

 

 

                                                                                   

AMOR

AMOR

Todos los seres humanos tenemos un privilegio: sentir amor.  Podemos sentirlo de diferentes formas: el amor filial, el amor a nuestros amigos, el amor al trabajo, a los estudios, a nuestros pasatiempos, a nuestras parejas, a nuestra sociedad, a los líderes, a infinidad de cosas, situaciones, personas.  Pero a veces, por no decir la mayoría, lo evadimos con cosas “prioritarias”.  Lo mas bello que tiene la vida es dar y recibir amor sin esperar nada a cambio.  Con sencillos gestos, solo con tener paciencia, amor, ternura haríamos de nuestro habitad un verdadero oasis. Pero que tan difícil se hace demostrar los sentimientos. El ego y el orgullo comienzan a soplarte al oído cosas para no demostrar las verdaderas emociones.  No debemos escuchar esos murmullos ruidosos, y debemos concentrarnos en aquellos susurros que salen del corazón.

Amar lo que hacemos es vital para tener armonía y amor con los que nos rodean.  Porque no comenzar a sentirnos bien con lo que hacemos, como por ejemplo, comenzar nuestro día con una hermosa oración al Creador pidiendo sabiduría, paciencia y amor para la jornada que empieza, sonreír al llegar al trabajo, demostrar alegría al saber que somos útiles a la sociedad, esperar gustosos las ordenes de nuestros jefes, pensar positivamente a la hora de enfrentar los problemas, ayudar al prójimo con una mano amiga, ser hombro consolador con los compañeros que se sienten ofuscados, y sobre todas las cosas,  alegrarse con la cotidianidad. Y cada vez que se nos nuble el corazón con las pesadumbres propias de la vida misma, elevar una oración de gracias a nuestro Dios porque todo lo que sucede en nuestras vidas es porque Dios lo considera necesario.

Muy bien lo dice este versículo de Corintios, capitulo 13: Aunque hable el idioma de los hombres y de los ángeles, aunque tenga el don de profetizar y tenga fe para mover montañas, si no tengo amor, nada seré”

Cuanta realidad en estas líneas de Corintios, tenemos que ponerle amor a todo, y además de sentirlo tener la grandeza y humildad de expresarlo siempre, aunque  creamos con esto que demostramos debilidad o flaqueza.  Mentira, lo que demostramos con esto es la mas grande y firme las las fortalezas, la fuerza de la fe.  Todo lo que se hace y se dice con amor tiene la mano piadosa y milagrosa de Dios, y cuando esta Dios todo es perfecto.  No pretendamos esconder sentimientos, no ser amables, no entregarnos fielmente a nuestros propósitos, debemos entregarnos con amor a todo lo que hagamos para que la magnificencia de nuestro Señor nos arrope y bendiga siempre.  Eso es: A comenzar a amar todo lo que hacemos y a todos los que nos rodean.  A comenzar a ver las virtudes de nuestros colegas, las cualidades de nuestros familiares, las bondades de nuestros vecinos y   sobre todo a escuchar la voz de nuestro corazón, que muchas veces la evadimos para escuchar las órdenes de nuestro ego.

Es así que nuestras vidas comenzaran a ser diferentes, comenzaremos a tener un hermoso brillo de amor en nuestras pupilas y todo comenzara a fluir como un hermoso manantial de amor.

Con los ojos de Dios

Con los ojos de Dios

En la lectura 16, versículo 5 del Primer libro de Samuel, se expresa lo siguiente: “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón’.  ¿Podemos nosotros engrandecernos, viendo el meollo de nuestros semejantes, y no su contorno?  ¿Podremos pues, querer nuestro prójimo, amarlo y respetarlo sea cual fuere su apariencia física, sin importar color, ni estatura, ni raza, ni nacionalidad? ¿Porque no imitamos a Jesús, y queremos a nuestros semejantes tales cuales son. Comenzar a pensar como miramos a los que nos rodean es el primer paso para aprender a querer a los demás como son. No es para nada importante como se vistan, o de que color sean los ojos de aquellos que son nuestros amigos, lo que si vale la pena notar es su entrega, sacrificio y valor en nuestra sociedad.  Excluir los enfermos, o los cortos mentales por las apariencias es una mezquindad imperdonable a los ojos de Dios.

Todos somos humanos, y tenemos defectos y virtudes.  Todos somos hijos de Dios y tenemos el mismo nivel de amor en nuestros corazones.  Todos tenemos el mismo nivel de percepción para sentir el rechazo o la aceptación de los demás.  Trabajemos por incluir en nuestro círculo las personas que creemos que hemos desechado por no encontrar que están a la altura de nuestras exigencias para darles nuestra amistad.  Te sorprenderás como encuentras en el limpiabotas una mano amiga a la hora de echarte una mano para cargar las bolsas del supermercado, o como el vendedor de periódicos, al brindarle una sonrisa, te dice que le pagues el periódico en la próxima oportunidad, pues ya son amigos y el confía en ti. También tendrás un carnicero que se desvive por darte el mejor corte de carne, y te dice siempre a la hora de irte que Dios bendiga tu familia, porque son amigos y le preguntas por sus hijos cada vez que lo ves.  O también cuentas ahora con el vigilante, que siempre te le echa el ojo al carro cuando te parqueas, porque son amigos, y no quiere que le suceda nada malo a su amigo.  Son, al igual que nosotros seres humanos, que aunque pobres, tienen  bellos y grandes sentimientos, y pueden ayudarnos, con una mano amiga, con una sonrisa o porque no con una bendición cuando  mas lo necesitemos.

Valoremos los sentimientos de las personas, brindemos sonrisas y solidaridad con todos los que nos rodean, sin importar ni raza, ni indumentarias, ni color, ni estatura, ni apellidos, ni riquezas.  Aprendamos a valorar a las personas por su tesoro interior, y encontraremos baúles de riquezas invaluables en las almas de los que nos rodean.

Tratemos de ver a través de los ojos del alma, con los ojos de Dios nuestros semejantes, y nos daremos cuenta de que tenemos muchas manos amigas, que están extendiendo sus manos para entregarnos su amistad

Como no creer en Dios?

¿Como no creer en Dios?

 

A veces, cuando voy al supermercado, me detengo a ver las frutas y observo que lindas son.  Ver las hermosas fresas, tan elegantes y brillantes, con ese color rosa encendido y ojear las manzanas, mas rellenas y fragantes, con esos matices rojizos tan variados, a la vez que miro los kivis con sus pelusas, imitando a pequeños peluches marrones escondiendo de todos el hermoso verde encendido de su interior salpicado con las pintillas oscuras en forma de semillas.  Mas, cuando ojeo en otro tramo  las frutas tropicales y veo las hermosas piñas con sus relucientes moños verdes, que adornan sus cabezas y realzan el contraste de su textura verde amarillenta encubriendo su  dulce amarillo interior, y luego me refresco con los saludables y hemisféricos limones y naranjas con su misterioso y mágico cítrico interior.  Entonces me hago la pregunta, ¿como no creer en Dios? ¿Hay algún mecanismo científico para que las frutas sean tan maravillosas?

Otras veces, salgo de mi oficina y me dirijo hacia mi casa, emprendo la ruta del Malecón y observo el inmenso y profundo mar.  Enorme.  Imponente.  Hermoso.  Es tan pacificador para el alma, encontrarse en la vía de tu casa y poder conversar con el mar y ponerse a contemplar las olas.  Ver como van y vienen.  Llegan y se van.  Y luego me vuelvo hacer la pregunta: ¿Cómo no creer en Dios?

Y luego, miro al cielo, y veo el vuelo sincronizado de las Gaviotas, a modo de risa, se colocan jugando con el aire, danzando con el viento, acariciando el ocaso, y luego de nuevo me pregunto: ¿Cómo no creer en Dios?

Luego observo los centenarios árboles, hermosos caobos, flamboyanes, bambúes y pinos que se esparcen elegantes y sabios, testigos del tiempo, que nos cobijan gratuita y desinteresadamente del imponente Sol.  Y luego me pregunto una y otra vez, ¿Quién sino Dios, para crear estas maravillas?

También observo las diferentes flores, sus brillantes colores, sus diferentes y arrogantes formas tan exquisitas y diversas como las rosas, los jazmines y los claveles, sin contar con los enormes y elegantes girasoles.  Por no hablar de las mantequillas y las sencillas trinitarias que de gratis nos adornan todas las calles y avenidas. Luego vuelvo hacerme la misma interrogante: ¿Cómo, con tantas maravillas palpables, no creemos en Dios?

Es que no necesitamos riquezas, ni espectáculos, ni excentricidades para ver la grandeza divina, solo debemos detenernos un poquito viendo nuestro alrededor y ahora en este momento encontraremos muchas cosas, para decir ¡Cómo no creer en Dios!

El eco del corazon

El eco del corazón

Muchas veces, cuando estamos dolidos con alguien, cuando creemos que no han sido lo suficientemente justos con nosotros, nos sentimos tristes y deprimidos. Buscando razones que la mayoría de las veces no existen para comprender las actitudes de los demás. Y en esas ocasiones desoladoras, cuando no tenemos justificación a las acciones de los que nos rodean, solo nos queda escuchar nuestro corazón. El cual en esos momentos tristes nos grita muy alto que somos hijos de Dios.  Ese eco, firme y constante sube el volumen en los momentos en donde no hay razones que expliquen situaciones inexplicables, y va supliendo tranquilidad a nuestro espíritu en la medida que nos concentremos en escuchar ese eco de amor.

Comprender ese eco y escucharlo, es vital para que las situaciones de incomprensión,   no lleguen a lacerar nuestro espíritu, y que no lleguen estas actitudes a confundirnos en la misma maleza de las incongruencias humanas.

A través del tiempo he conocido personas que me han contado situaciones que les ha tocado vivir contra viento y marea, en donde las sinrazones se han hecho dueñas de interminables trechos de sus caminos y que si hubiesen escuchado el eco al que me refiero los sinsabores se hubieran reducido prácticamente a la nada.

Es que el eco no es más que la voluntad de Dios.  Todo lo que sucede en nuestras vidas no es mas que lo que Dios quiere que suceda en ese momento, y en ocasiones utiliza mecanismos incongruentes a nuestra vista para desviarnos de caminos que no tenemos que recorrer o adentrarnos mas en los caminos que el considera necesarios para nuestro crecimiento personal.

Los episodios poco halagüeños de nuestras vidas son simplemente vías de acceso  para cambios positivos, en los que Dios tiene la última palabra.  Si escuchamos el eco de amor en nuestros corazones, y simplemente nos dejamos llevar, viendo los inconvenientes solo hechos y no dejándonos afectar por cambios o situaciones poco agradables veremos más adelante, lo maravilloso que es dejar a Dios actuar.

Así es, escuchar ese armónico eco de amor que Dios nos repite incesantemente con la claridad del amor verdadero.  Así, los problemas no nos parecerán problemas, las interrogantes no nos parecerán interrogantes, los absurdos no serán más absurdos porque todo eso no son más que altoparlantes que gritan sin cesar el eco de amor de Dios por nosotros.