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Aportes de Patricia Landolfi

Como no creer en Dios?

¿Como no creer en Dios?

 

A veces, cuando voy al supermercado, me detengo a ver las frutas y observo que lindas son.  Ver las hermosas fresas, tan elegantes y brillantes, con ese color rosa encendido y ojear las manzanas, mas rellenas y fragantes, con esos matices rojizos tan variados, a la vez que miro los kivis con sus pelusas, imitando a pequeños peluches marrones escondiendo de todos el hermoso verde encendido de su interior salpicado con las pintillas oscuras en forma de semillas.  Mas, cuando ojeo en otro tramo  las frutas tropicales y veo las hermosas piñas con sus relucientes moños verdes, que adornan sus cabezas y realzan el contraste de su textura verde amarillenta encubriendo su  dulce amarillo interior, y luego me refresco con los saludables y hemisféricos limones y naranjas con su misterioso y mágico cítrico interior.  Entonces me hago la pregunta, ¿como no creer en Dios? ¿Hay algún mecanismo científico para que las frutas sean tan maravillosas?

Otras veces, salgo de mi oficina y me dirijo hacia mi casa, emprendo la ruta del Malecón y observo el inmenso y profundo mar.  Enorme.  Imponente.  Hermoso.  Es tan pacificador para el alma, encontrarse en la vía de tu casa y poder conversar con el mar y ponerse a contemplar las olas.  Ver como van y vienen.  Llegan y se van.  Y luego me vuelvo hacer la pregunta: ¿Cómo no creer en Dios?

Y luego, miro al cielo, y veo el vuelo sincronizado de las Gaviotas, a modo de risa, se colocan jugando con el aire, danzando con el viento, acariciando el ocaso, y luego de nuevo me pregunto: ¿Cómo no creer en Dios?

Luego observo los centenarios árboles, hermosos caobos, flamboyanes, bambúes y pinos que se esparcen elegantes y sabios, testigos del tiempo, que nos cobijan gratuita y desinteresadamente del imponente Sol.  Y luego me pregunto una y otra vez, ¿Quién sino Dios, para crear estas maravillas?

También observo las diferentes flores, sus brillantes colores, sus diferentes y arrogantes formas tan exquisitas y diversas como las rosas, los jazmines y los claveles, sin contar con los enormes y elegantes girasoles.  Por no hablar de las mantequillas y las sencillas trinitarias que de gratis nos adornan todas las calles y avenidas. Luego vuelvo hacerme la misma interrogante: ¿Cómo, con tantas maravillas palpables, no creemos en Dios?

Es que no necesitamos riquezas, ni espectáculos, ni excentricidades para ver la grandeza divina, solo debemos detenernos un poquito viendo nuestro alrededor y ahora en este momento encontraremos muchas cosas, para decir ¡Cómo no creer en Dios!

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